UNA VIRGEN EN EL PAJAR

Nadie puede encontrar una aguja en un pajar, y nadie podría encontrar tampoco una Virgen en aquel pajar, o en un pequeño huerto en la parte trasera de un humilde cortijo, en la falda de una gran montaña.
Metida en su pequeña caja de madera, con aquellas pequeñas puertas que se ajustaban y que quedaban sujetas con una pequeña ganzúa o pestillo, recorría el barrio de casa en casa. Tal vez los hombres no eran muy partidarios de esta costumbre que tenían las mujeres, pero la respetaban.
Y estalló la guerra, la maldita guerra… Los dos hijos varones de Cecilio e Inés marcharon a defender aquella república que había manado del pueblo. Ángel, el mayor de los hijos, era un joven hombre de veinte y pocos años que ya tenía una familia propia. Julián, el hijo pequeño de Inés y Cecilio, era un niño de diecisiete años. Marcharon los hijos y los padres se convirtieron en el refugio de los pequeños nietos, y de un problema.
Aquellos días del principio del alzamiento de los militares, a la casa de Cecilio e Inés había llegado la pequeña virgen que hasta entonces recorría todas las casas vecinas. y que en aquel momento nadie querría hacerse cargo de ella por el peligro que conllevaba que los más extremistas la encontraran. Inés no estaba dispuesta a destruirla y Cecilio ideó como hacerla desaparecer: la metió en lo más profundo de el pajar que tenía sobre las cuadras, y allí permanecería olvidada todo el tiempo necesario.
Después de más de tres años Cecilio e Inés habían perdido la democracia, la libertad y, sobre todo, habían perdido unos de sus mayores bienes, su hijo pequeño. Había desaparecido para siempre en el frente del Ebro, pero la pequeña Virgen del barrio había sobrevivido a toda aquella atrocidad en el pajar sobre las cuadras de sus animales.

A unos kilómetros del barrio de Inés y Cecilio, a los pies de la sierra que a  todos protegía, la chimenea de un humilde cortijo humeaba la quema de la leña que Manuel acaba de poner en la lumbre para que Isabel, preparara las gachas de la comida. No quería que cargara peso con la preñez tan avanzada. Hacía dos días que nadie pasaba por allí, y no estaba seguro si lo que le había contado aquel hombre mientras pastorea con las ovejas era cierto.

Había vuelto a sembrar el huerto con las pocas semillas que le quedaban de calabazas, tomates y el puñado de patatas entallecidas que había tenido escondidas en una pequeña y escondida cueva en la “majá” de las ovejas. Las escondió tres veranos antes, cuando tras pasar tres semanas en el monte con los animales al llegar al cortijo, se encontró a su mujer sola. Fue ella la que le contó lo que estaba pasando, le contó que su hermano Juan y su cuñada María se habían marchado con unos comunistas que habían pasado por allí, contando que los militares se habían levantado en armas y se había declarado la guerra. Isabel aquel día de tres veranos atrás, sabiendo lo que aquellos hombres les habían contado  y al quedarse sola, decidió hacer un agujero en el centro del huerto para esconder en él a la pequeña Virgen, que había traído con ella cuando casaron. Ahora Manuel no sabía si contarle a su mujer las nuevas que aquel hombre le había contado dos días antes, no sabía si era cierto que la guerra había acabado. No sabía si su hermano y su cuñada iban a volver a casa, y no sabía si podían sacar a la pequeña Virgen del huerto…

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